Quise ir a la Escuelita Zapatista por curiosidad. Por ver con mis
propios ojos si lo que se decía en la tele o lo que dice la gente cuando habla
del zapatismo es cierto. Y lo hice, nadie me lo contó, no lo escuché por ahí.
Fui, además, como casi todos mis compañeros de esta segunda vuelta, con ojos
cerrados.
Pides invitación, te la mandan si corres con suerte (de acuerdo al
cupo de cada curso), luego te llega vía email un formato de registro que llenas
para poder recibir un código y acudes al CIDECI (Universidad de la Tierra) en
San Cristobal de las Casas en las fechas indicadas para ser enviado a un
Caracol que desconoces hasta que te es asignado al llegar a CIDECI. Del DF a
San Cristobal es posible llegar en autobús tras un viaje de unas 13 horas por OCC.
Así lo hice y de inmediato tomé un taxi a la institución antes mencionada.
Éramos divididos por nuestra procedencia: DF y Edomex, Estados e Internacional.
-Muy bien, Dana. A ti te toca la Realidad.
Y no pude menos que sonreír. Qué nombre tan fuerte para una
experiencia como ésta. Son cinco los Caracoles que albergan a las JBG (Juntas
de Buen Gobierno): La Realidad, Oventik, La Garrucha, Morelia y Roberto
Barrios. Éstos, a su vez, albergan a cierto número de MAREZ (Municipios
Autónomos Rebeldes Zapatistas) y cada municipio tiene también comunidades.
Me fue entregado un gafete con mi nombre (después de revisar que
en efecto, era yo la de la invitación y la de la foto de IFE) y un paquete de
libros de texto sobre el curso “La Libertad Según Los y Las Zapatistas) y pagué
mi cuota voluntaria de 380 pesos. Salí del aula de asignaciones, me formé junto
con gente que iba, como yo, a La Realidad y en media hora estábamos ya en
camino al Caracol, ubicado en la Selva Lacandona, a unas cuantas horas de la
frontera con Guatemala.
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Camino al Caracol la Realidad en caravana desde San Cristobal Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones |
Debido a que desconocía qué Caracol me tocaría, cargué con ropa
para frío y calor. Y, afortunadamente y tras un viaje de 8 horas desde San
Cristobal hasta La Realidad, pasé Noche Buena en el clima templado del invierno
selvático. Me esperaba una fila para corroborar mi identidad al llegar al
Caracol y una sesión plenaria. El contenido político e ideológico de esta
ceremonia hizo que, cuando cantamos el Himno Nacional Mexicano, se me enchinara
la piel. En ese momento estuve segura de estar haciendo lo correcto: quiero ver
con mis propios ojos qué es y qué hacen los zapatistas. Quiero verlo y vivirlo,
más allá de lo que dicen detractores y fans from hell. Las fotos no están
permitidas pero, a pesar de las peticiones, no faltó quien tomara hasta video.
Después, nos fueron asignados a los casi 300 alumnos asistentes a La Realidad
un guardián o guardiana que serían responsables de nosotros en los próximos 5
días y responderían a todas nuestras dudas sobre la temática del curso. Miré
toda la sesión con los ojos más curiosos. Estaba viviendo algo que jamás
hubiera imaginado vivir: la amable bienvenida con palabras como “libertad” y
“democracia”, la cálida noche de la selva, los murales de colores plasmados en
los edificios del Caracol, sus acentos al hablar que denotan que el español no
es su lengua madre, sus ojos asomándose detrás de los pasamontañas, los colores
de los vestidos típicos de las mujeres, los bebés que observaban curiosos desde
los rebozos en las espaldas de sus madres mamando de sus pechos, éstas sin
ningún pudor y los infantes completamente apoderados de su alimento, bebiendo
cómo y a la hora que les daba la gana. Todo me resultaba nuevo y vibrante y lo
observé con ojos muy abiertos.
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Sesiones plenarias en Caracol La Realidad. Escuelita Zapatista, diciembre 2013. Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones. |
Esa noche, después de tantas horas de viaje tuvimos una plenaria
muy larga de asignación de guardianes (con los días aprendería que el tiempo
para los zapatistas va de manera diferente para nosotros “los de ciudad”).
Nuestro guardián o guardiana en ese momento nos guiaba a donde pasaríamos la
noche: alguno de los cuartos con plancha de cemento y techo de lámina del
Caracol. Marisela, mi guardiana, desde ese momento no se separaría de mí; me
indicó que debía colocar mis cosas en algún espacio desocupado en el piso y
procedió a colocar su “nylon” (así le dicen ellos a cualquier tipo de plástico
que usan para guarecerse de la lluvia o dormir en el piso). Marisela y yo
dormiríamos juntas todos esos días. Como yo, había en ese cuarto otras 20
chicas con sus guardianas, procedentes de diferentes estados y países.
Pasada la emoción inicial vino el hambre voraz, por lo que después
de hacer fila para recibir la cena en la cocina del Caracol, nos fue entregado
un plato de plástico en dónde pasábamos a recibir una ración de frijoles negros
de la olla, tres tortillas y un café negro suave y dulce. No había sillas, por
lo que lo único que pude hacer, en medio de mi confusión fue observar y seguir
a mi guardiana entre el lodo y la oscuridad. La vi comer con tortillas,
beber del plato y tomar frijoles con las manos, por lo que procedí a hacer lo
propio. Quizá ese sería mi primer shock: al día 5 manejaba a la perfección el
arte de comer con las manos. Fue también en ese momento cuando conocí la cara
de Marisela; tuvo que quitarse el pasamontañas para poder comer. Marisela es
una mujer bajita, de piel morena, ojos pequeños y rasgados, paño y pecas, largo
pelo oscuro, ataviada en un vestido (de color distinto según el día) con
listones en la falda y volados de colores en el cuello y pinzas a los hombros:
vestidos Tzeltales.
Al día siguiente fui la primera en despertar y asomarse por la
pequeña ventana de nuestro cuarto. Me sorprendí con lo que vi y que en la
oscuridad y el cansancio de la noche anterior no se adivinaba: allá, al fondo,
se descubrían montañas enormes tapizadas de muchos tonos de verde: comprendí
que estaba en la Selva Lacandona... lejísimos de casa.
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Vista desde el cuarto del Caracol |
Desayunamos lo que es básico en estas comunidades: frijoles,
tortillas y suave y dulce café (al igual que la noche anterior). El café se
endulza mediante hervir caña con agua y posteriormente agregan el café que
ellos mismos cosechan en sus cafetales. Los frijoles y el maíz vienen también
de sus milpas. Son, lo que se dice, autosuficientes. Tuvimos entonces una
plenaria larga de bienvenidas por parte de las autoridades de la JBG. Todos y
cada uno de ellos indígenas, esto se adivina en su forma tan peculiar de hablar español. Hubo, además, una sesión de preguntas y respuestas, donde aceptaron
muchas de las fallas y carencias del autogobierno, cosa que la verdad,
agradecí: su sinceridad en detectar sus errores. En pocos sistemas se hace eso.
Hicimos un pequeño receso para el almuerzo: pozol, la bebida refrescante y
nutritiva por excelencia en esta zona. El pozol es masa de maíz nixtamalizado
batido en agua y es bebido al medio día o transportado en sus viajes a pie o a
la milpa. Lo acompañan con probaditas de sal o sal con chile: beben pozol y se
meten el dedo salado a la boca.
Terminado el almuerzo nos fue anunciada la verdadera naturaleza de
la Escuelita: seríamos enviados a las comunidades de nuestros guardianes. No me
quedaba claro y algunas instrucciones eran dadas en lenguas indígenas que se
hablan en La Realidad: Tzeltal, Tojolobal, Chol y Tzotzil. Marisela entonces me
explicó que seríamos (ella y yo) colocados en la casa de una familia tzeltal en
su comunidad llamada “Miguel Hidalgo” perteneciente al MAREZ “Libertad de Los
Pueblos Mayas”. 85 alumnos viajaríamos en ese momento a conocer a nuestra
familia anfitriona.
-A ver compañeros, en ese camión caben 60.
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Vista desde el camión de volteo |
Y ahí iban, los 60 en un camión de carga. Luego otros 5 camiones,
pero éstos de volteo. En los de volteo sólo cabíamos 30. Y ahí íbamos. Hombres,
mujeres (muchas de ellas eran guardianas con bebés que reposaban
en los rebozos a sus espaldas). Cómo lograron subir, bajar y sobrevivir al
traqueteo de un viaje así, con bebé cargando, es uno de los grandes misterios que
me quedarán toda la vida. Es un viaje pesadísimo: 2 horas en camión de volteo
más otras 2 horas en el Río Jataté para finalmente llegar a Miguel Hidalgo.
Cuando Marisela vio mi cara de dolor en uno de esos golpes que me di en el
camión me dijo atinadamente “uy, y nosotros esto lo caminamos. Por eso trajeron
camiones, ustedes no hubieran aguantado”. Inmediatamente entendí: la realidad
para ellos es una muy distinta a la que vivimos nosotros. En ese viaje
accidentado en medio de montañas y de una carretera de tierra zigzagueante y de un sólo carril, viendo a
ratos el precipicio allí al fondo, vi los paisajes más hermosos que se puedan
ver en este país. Árboles enormes que llevan ahí cientos de años y las ceibas
más poderosas y grandes que he visto en mi vida. Todo era verde y la lluvia
fría mojaba nuestras caras. Algunos se las ingeniaban para tomar fotos entre
tanto traqueteo porque los paisajes son de esos que quitan el aliento. Nos
aferrábamos a las paredes del
camión para golpearnos lo menos posible mientras
pasamos por diversas poblaciones no zapatistas que nos dirigían miradas
curiosas y reprobadoras. En la rivera del Río Euseba permanece impasible una
vieja construcción abandonada que ostenta aún despintados letreros de
“Solidaridad” (el programa social salinista). Fue una de las sensaciones más
extrañas; como viajar en el tiempo, un tiempo que me resulta borroso porque en
el 94 yo tenía sólo 7 años. Pasamos, también, sigilosos por la cuarta zona militar más grande de Chiapas:
San Quintín, establecida estratégicamente por su proximidad a las cañadas
zapatistas tras el levantamiento del EZLN el 1 de Enero de 1994. Aún hoy, tanto
milicos como zapatistas guardan las distancias. Sin embargo, es diferente con
pueblos NO zapatistas aledaños: el acoso va desde el robo de tierras, hasta
detenerlos por horas con clavos en el camino con la amenaza de no dejarlos
pasar. ![]() |
Río Jataté. Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones. |
Llegamos a Miguel Hidalgo, finalmente, a la noche y después de varios viajes de lancha, ya que éramos demasiados para una sola ronda. Los últimos en llegar fueron los hombres, por ahí de la media noche.
En la rivera del río nos esperaban las familias que nos
recibirían en sus hogares; cuando me di cuenta, el compa Ranye (jefe de mi
familia) traía ya cargando mi pesada mochila y me tomaba de la mano para que no
cayera en el lodo (caí varias veces, invariablemente). “Hocolawal” atiné a
decir en la oscuridad pero con voz segura, no una sino varias veces en medio de
un montón de risas. Era mi primer día allí y los sorprendí diciendo “gracias”
en tzeltal. En la comunidad nos esperaban con fiesta, pero dado que ya era demasiado tarde y no hay electricidad, este recibimiento tuvo que esperar al día siguiente. Caminamos unos minutos y todos los alumnos nos dispersamos con las
familias anfitrionas. Llegué entonces a casa del compa Ranye y su familia; conocí a Gloria, su mujer. Sus caras esa noche me resultan borrosas debido a la
oscuridad. Recuerdo el leve fulgor del fogón en la cocina y el de una
rudimentaria lámpara de petróleo instalada en la mesa. Sus casas son muy
sencillas, normalmente constituidas por 2 cuartos únicamente; la cocina y la habitación principal, que es donde duerme la familia en camas que son tablas sobre
4 palos. Son construcciones de tablas de madera, techos de palma y pisos de
tierra aplanada. Se complementan con graneros y casas para los pollos y gallinas; una regadera al aire libre conformada por tablas y una manguera sostenida por palos; y un pequeño cuarto para la letrina, que muchas
veces es un simple hoyo en el piso (atinarle es toda una experiencia para
nosotros “los de ciudad”, créame). En Miguel Hidalgo, hace apenas un año que
tienen agua. Entre toda la comunidad cooperaron para un tanque que provee agua
de un arroyo; a su vez, cada familia instaló mangueras subterráneas. Ahora ya
pueden lavar sus trastes y bañarse en sus patios con la Selva Lacandona de paisaje de fondo
(¿podrá el lector pensar en una regadera más lujosa que esa?). No se piense que antes no se bañaban: diario
lo hacen, sólo que antes lo hacían directamente en el arroyo.
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Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones. |
Pasé 2 días viviendo completamente distinto a como vivo en
Pachuca. Al principio me rondó una idea en la cabeza: "viven mal". “¿Por qué no
tienen luz, Marisela?” “Porque estamos en resistencia”, me contestó. Y entonces
comprendí el concepto de ‘Dignidad Rebelde’, porque aceptar luz y programas
sociales significa también aceptar muchas otras cosas. Cuentan, no sin pena,
que hace muchos años aún había cedros y caobas a la orilla del Jataté. Un día,
unos extraños llegaron, cortaron los grandes árboles y los dejaron caer para
recogerlos río abajo. Desde entonces, no hay cedros y caobas cerca...
Las tierras fueron una demanda del EZLN desde el principio, ya que es imposible ejercer autonomía sin territorio, tierras que de no haber sido reclamadas y trabajadas por ellos, quizá no sufrirían ya de hacendados, sino del despojo para construir carreteras o complejos turísticos o desarrollos comerciales, siempre vendidas al mejor postor como ha sucedido y sucede en tantas partes del país. Estos indígenas tzeltales, tojolobales, chol, mames, tzotziles, se organizaron en la “Clandestinidad” (etapa muy importante para ellos en su historia) y dejaron a aquellos hacendados y finqueros que los explotaran. Hoy no permiten que nadie explote el lugar donde viven para hacer quién sabe qué cosa; viven justo con lo que les provee la tierra y con lo que cada uno decide trabajar. Porque hace 30 años algunos indígenas, hartos de la situación, se dieron cuenta que matarse trabajando para que alguien más se hiciera rico no era forma de vivir.
Las tierras fueron una demanda del EZLN desde el principio, ya que es imposible ejercer autonomía sin territorio, tierras que de no haber sido reclamadas y trabajadas por ellos, quizá no sufrirían ya de hacendados, sino del despojo para construir carreteras o complejos turísticos o desarrollos comerciales, siempre vendidas al mejor postor como ha sucedido y sucede en tantas partes del país. Estos indígenas tzeltales, tojolobales, chol, mames, tzotziles, se organizaron en la “Clandestinidad” (etapa muy importante para ellos en su historia) y dejaron a aquellos hacendados y finqueros que los explotaran. Hoy no permiten que nadie explote el lugar donde viven para hacer quién sabe qué cosa; viven justo con lo que les provee la tierra y con lo que cada uno decide trabajar. Porque hace 30 años algunos indígenas, hartos de la situación, se dieron cuenta que matarse trabajando para que alguien más se hiciera rico no era forma de vivir.
-¿Comen pescado?- pregunté a Marisela.
-Si queremos comer pescado, vamos al río a pescar pescado.
Los hombres salen a la milpa muy de madrugada. Cosechan maíz,
frijol, café. Comen caldo de pollo gracias
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Tortillas hechas a mano |
La historia de esta comunidad yace en las bocas de aquellos que la
fundaron. Un par de zapatistas que primero se establecieron en alguna montaña
de la selva y que tras un par de años comprendieron que vivirían mejor en un
lugar más llano. Entonces se prepararon con antelación, sin llevar a sus
familias a sabiendas de que no sobrevivirían, limpiaron y se establecieron. Una
vez que la cosa andaba (sus milpas, sus caminos y sus cosechas) traerían a su
familia. Miguel Hidalgo sería fundada en diciembre de 1994.
Creo que su poca exposición a medios masivos (dado que no tienen
TV) moldea sus relaciones. Son muy distintas a las nuestras. No ven el
blanco-negro de lo que está bien o está mal. Sus relaciones de amor, por
ejemplo, son muy sencillas. El hecho de que no esté permitido beber alcohol,
entre otras cosas, hace que vivan con mucha paz: los niños juegan afuera. No sé
explicarlo, pero no vi morbo. Las mujeres amamantan en público sin problemas y
es posible bañarse desnudo en el arroyo sin miradas o chiflidos. Gracias a la Clandestinidad y la colectividad subsiste un valor increíble: el compañerismo.
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Escuela Autónoma Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones. |
Disfrutan, además, de cielos bellísimos. Hace muchos años que yo no veía
luciérnagas (una de las cosas que sí vi de niña, pero que con el crecimiento industrial
de la zona Tula-Tepeji desaparecieron). Una noche, después de lavar los platos,
me quedé pasmada al mirar hacia el cielo. Los días anteriores habían estado
nublados, pero ese día no, el cielo estaba claro. Marisela me preguntó qué me pasaba y no pude responder. Cuando me di
cuenta, estaba llorando. Quizá nunca en la vida había visto un cielo tan
hermoso como ése: el cielo se veía redondo como una bóveda, las estrellas y las
constelaciones eran claras (¡se veía Venus!). Esos cielos sólo se ven en las
revistas y en las fotos del Huble. Ésa es la clase de cosas que nos perdemos en nuestras cómodas ciudades
“modernas”. Y de nuevo, no es que una cosa esté mal y la otra bien: es que
simplemente vivimos distinto.
Así pasé mis días: viviendo como ellos. Con frijoles, tortilla,
pozol, naranjas, limas, toronjas, hierbas, café (suave y dulce, dulce y
suave…). Observando a Diego, Lucinda, Pancho, Emmanuel y Jesús, los hijos de
Gloria y Ranye, jugar y jamás pelearse, vaya uno a saber por qué… La vida plena
y tranquila de la autonomía y la Selva.
Tuvimos una suerte de fiesta todos los días. Nos reuníamos en la plaza principal de la comunidad en punto de las 4.30 de la tarde, una vez terminadas nuestras actividades. Cantábamos, bailábamos, jugábamos. El día que partimos organizaron una última reunión temprano por la mañana, justo antes de nuestra larga travesía de
regresp al caracol. Cantamos el Himno Nacional Mexicano, seguido del Himno Zapatista, entonces, los miembros más grandes de la comunidad nos dedicaron algunas palabras: disculpas por sus humildes casas, su humilde forma de comer y su precario español. Entonces sentí como lloraba y escuché como lloraban algunos otros detrás mío: los íbamos a extrañar, porque nos conmovió todo lo que hicieron para mostrarnos su mundo; compartir de su comida y sus historias y desvivirse en atenciones para que no resintiéramos el súbito golpe del cambio de vida y... ¿De qué se van a disculpar? si disfrutamos y vivimos como ellos, si nosotros aceptamos humildes conocerlos a ellos: conocer el zapatismo de libertad y dignidad cara a cara, si disfrutamos de las maravillas que provee la selva en las cañadas tzeltales. Ésta, más que una experiencia política, fue una experiencia humana.
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Plaza principal, Miguel Hidalgo. Libertad de los Pueblos Mayas. Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones. |
Sí, hubo también cosas que no me gustaron, experiencias de otros
alumnos que me dejaron pensando: aún hay violencia y crímenes, el discurso a
veces está muy masticado gracias a una suerte de adoctrinamiento (tan común en
tantos, si no es que en todos los sistemas), esporádicamente hay intolerancia a
lo que “no sea zapatista”, cosa que también es completamente humana, no
comprender lo que no es como uno...
Algunos pretenden denostar lo que sucede en el viejo y simplista
discurso de que “Marcos es el zapatismo”, la “ezetaelemanía” y el “zapaturismo”
para referirse la curiosidad y fascinación que causa en el mundo entero lo que
sucede en Chiapas. Me bastaron 5 días para comprender que ni el EZLN ni el
zapatismo son el “Sup”, que en el fondo de la selva y los MAREZ, sí, es
personaje admirado y parte de su historia… pero lo que ellos han logrado en 20
años (sin contar los años de la Clandestinidad) a nivel organizativo,
democrático, social, político, de derechos humanos, de autonomía, de
desarrollo, de representatividad, de horizontalidad, de colectividad… lo
hicieron ellos, es mérito sólo de ellos.
Visto a la distancia, prefiero quedarme con las buenas cosas: con
la idea de que sí, que en este mundo caben muchos mundos. Que yo no me
convertiré en indígena e iré a vivir a la selva Lacandona ni ellos vendrán a
Pachuca a vivir como yo. Insistimos en creer que ellos viven mal y nosotros
bien, vemos carencias donde ellos ven su realidad, creemos que “sobreviven” sin
comprender que simplemente viven distinto. Una realidad donde no se inserta a nadie
a la fuerza en lo que creemos está “bien” (como nuestra modernidad y nuestra
vida de ciudad), sino simplemente eso: un mundo donde quepan muchos mundos. Aceptarnos
distintos; porque ellos son ellos y nosotros somos nosotros. Ellos han elegido
esta forma de vida y allí radica su dignidad: en que eligieron libremente su la
vida que viven, se asumen indígenas y presentan orgullosos quienes son. Los
zapatistas sueñan con que ambos podemos aprender a vivir juntos, aprendiendo a
vivir del otro para vivir mejor, respetando y cuidando el mundo que nos rodea. Así salí de La Realidad de regreso a la
ciudad, convencida de que puedo vivir mi vida mejor de lo que la vivo ahora,
que Marisela y la familia aprendieron un poco de mí y que yo aprendí un montón
de ellos.
No me cabe ninguna duda: la Escuelita sentará un precedente para
entender, con las pocas herramientas que nos da nuestro cerrado pensamiento
“occidental”, lo que sucede en las comunidades zapatistas, su forma de vida y
organización, bajo una cosmovisión como la de pueblos mayas actuales, con toda
la complejidad de los cambios que trajo la conquista y aquello que permanece de
la época prehispánica.
¡Larga vida al Zapatismo! ¡Viva la concepción de un mundo donde quepan muchos mundos! ¡Que vivan todos los sueños zapatistas! ¡Que seamos todos los que nos apropiemos de esas utopías y que soñemos con un país como aquel con el que sueñan ellos!
¡Larga vida al Zapatismo! ¡Viva la concepción de un mundo donde quepan muchos mundos! ¡Que vivan todos los sueños zapatistas! ¡Que seamos todos los que nos apropiemos de esas utopías y que soñemos con un país como aquel con el que sueñan ellos!
Les dejo el corrido que compusieron y cantaron el último día en el Caracol, un día de fiesta y mucha alegría.